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El
petróleo todavía contamina a las aguas del río Guamayacu
Revisado de "
El
Comercio, 26/08/2003 " |
ECUADOR
Al mediodía del
pasado viernes, el sol quemaba fuerte en la cooperativa Forestal
Guamayacu, un sitio acogedor, entre la selva amazónica y la
confluencia de los ríos Guamayacu y Napo. El lugar se halla a una
hora y media en canoa de la ciudad de Puerto Francisco de Orellana
(Coca).
Como de
costumbre, Fabián y Gilber Ramos, de 9 y 11 años, se quitaron
las botas de caucho y las gorras maltrechas para zambullirse en
las aguas del río Gumayacu.
Luego de las
primeras braceadas vinieron los desafíos: la voltereta, "el
salto chino", "el salto del tigre", "la picada
de la gaviota" y otras destrezas para competir y consagrarse,
el mejor nadador.
Los pequeños
asumieron con seriedad el duelo acuático. Trataron de hacer la
mejor marca en tiempo y altura. Gilber inició. Con esfuerzo logró
apoyarse en una barrera de contención de los residuos de petróleo
que fluían por el afluente del Napo y provenientes del último
derrame de crudo que ocurrió en un tanque de la estación Sacha
Central.
El salto fue
perfecto pero Gilber no festejó. Los ojos le ardieron por el
crudo disperso en el agua. Pidió un tiempo para recuperarse y
observar al rival. Con el rostro embadurnado por el crudo salió
del río y buscó un espacio entre las canoas, deslizadores y
tanques de recolección que yacían en las orillas del Guamayacu.
La camiseta le
sirvió como pañuelo y sin ocultar la molestia secó sus ojos
para volver a competir. El hermano tuvo más tiempo para las prácticas
antes del salto definitivo. Sin embargo, en el agua la historia se
volvió a repetir: el agua viscosa afectó su visión.
Pese a la
contaminación querían seguir en el río, donde han pasado las
horas más felices, pero un llamado de Mariela, su madre, les
impidió. Agarraron un par de recipientes y se encaminaron a la
vertiente de agua, ubicada a 300 metros de la casa. La tarea no
les agrada, mas es la única forma para acopiar agua por la
contaminación del río Guamayacu que cruza a 50 metros de la
casa.
"No sabemos
hasta cuándo vamos a cargar el agua", dijo Fabián, mientras
frotó su mano derecha para aliviar las huellas rojizas que marcó
uno de los recipientes.
En siete viajes
lograron llenar un viejo tanque de lata que se hallaba junto a un
pilar, que sostiene la casa de tres piezas de madera; se veía una
cocina al aire libre, que tiene como atractivo una piel de boa de
tierra de tres metros. Agotados por el trajín optaron por
sentarse en la escalera de la casa hasta recuperar energías. No
tuvieron mucho tiempo porque observaron entre la montaña y los
sembradíos de café la presencia de Marco, el padre de 33 años.
Sonrientes salieron al encuentro. Le saludaron y preguntaron por
el encargo: roscas de dulce y mermeladas.
Desataron el
saquillo. La alegría duró poco. Entre las compras no estaban los
dulces de harina ni las mermeladas. Al padre no le alcanzó el
dinero para complacer el pedido. "El jornal de quienes
vivimos en esta zona es de cuatro dólares diarios y nuestros
productos no tienen un buen precio en el mercado. Más cuesta el
pasaje en la canoa que lo que nos pagan", dijo Marco Ramos.
Y agregó que
cada día tienen que producir más para comprar las raciones
alimenticias semanales. Un pasaje en canoa hasta el Coca vale 1,50
dólares y por cada saco de maíz, café o arroz, los finqueros de
Guamayacu pagan 0,50.
Él, junto a 12
padres de familia que habitan allí, regresaba de la ciudad la
Joya de los Sacha tras reunirse con el alcalde, Hover Álvarez, a
quien pidieron ayuda para demandar a Petroecuador por los daños
causados por el derrame.
El padre y los
dos hijos se trasladaron a las orillas del río para protestar por
la excavación de una poza, en la cual los técnicos de la empresa
Ecuavital se aprestaban a cortar la vegetación empañada por el
crudo para retirarla de la zona.
"No es justo
que rieguen el petróleo, invadan nuestras fincas, destruyan
nuestras plantaciones y hasta entierren el crudo en el patio de la
casa", expresó Ramos. Sus reclamos no tuvieron eco entre los
técnicos de la empresa, quienes le explicaron cómo funciona el
proceso de remediación.
Levantó la
cabeza y sus ojos se humedecieron. Al otro lado del río, un grupo
de vecinos, sin ocultar su malestar, aceptó trabajar en la
limpieza del crudo por 10 dólares diarios que les ofreció la
empresa contratista de Petroproducción.
"No es el único
derrame, pero es el más grande", dijo Abel Jaramillo, otro
habitante cuyas botas estaban salpicadas de crudo; con su machete
filoso cortaba la vegetación impregnada del mineral. "Para
nosotros el petróleo es sinónimo de pobreza, contaminación y
muerte", dijo Jaramillo, mientras hizo una pausa en la labor.
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